SALA DE ESPERA
Sala de
espera
Falta al
menos una hora o dos para que me atienda mi medico. Es uno de esos por quién vale la pena esperar. Mi celular esta mal y
se descarga con facilidad, asi que solo me quedan las revistas de celebridades y ese cuadro que hace años esta colgado ahí. En realidad es una foto. Me preguntaba si
seria algun edificio conocido, seguramente sí pero me era imposible averiguar sin internet.
La carteleria esta en español asi que eso acotaria mi busqueda mental. Esa
hermosa escultura apostada en altura es inquietante, parecería que reta a alguien
en un acto de valentía. No hay caso, hasta ahí llego con mi conocimiento y deducción. Será cuestión de continuar con mi imaginación
mientras que en mi mp3 pasa “29 palms” de
Robert Plant y pienso que es lo que está escuchando él.
Ahí esta bajo
el cartel y las antenas de transmision, escuchando este tema en su mp3 mientras
mira hacia abajo lo mas que puede. Piensa que si decide tirarse tendría que
tomar carrera porque no quisiera reventar contra alguno de esos balcones. Quiere contundencia, ya no es momento de medias tintas, para eso tuvo
toda su vida, esa carrera hacia ningún lugar. Ha recorrido esas postas, un
trabajo estable, una mujer para formar una familia, una casa, un auto y
vacaciones. Mira si puede encontrar
algunos tablones para que pueda tomar carrera lo suficientemente rapido y piensa
por qué le habrían puesto Fausto de
nombre. Nunca le gustó, parece importante y eso le molesta. Nunca quiso ser alguien famoso como queria su madre y casi
como un acto rebelde terminó siendo
guardia de seguridad de este semejante edificio. En la entrada cuando lo saludan sin mirarlo a
la cara siente cierta satisfacción, está seguro que si tendrian que reconocerlo
no podrian.
“A fool in love, a crazy situation…” el tema vuelve a
empezar, está en loop. Uno de sus dos hijos le enseñó esa función y la letra de esa canción que es su favorita.
Algo sabe de qué se trata y algo imagina. Le gusta porque con esta canción
conoció a su esposa, la había impresionado
ya con su nombre y lo demás se fue dando. Todavía no entiende por qué lo dejó, él piensa
que hizo todo bien, que no le hizo faltar nada. Arrastrando un tablón se
detiene y mira al cielo con cara seria, pensante. “La cama”, sí, pero según tiene entendido es
algo que viene con la rutina familiar, de eso habla con los muchachos en el bar
y le dicen “la cama”. Piensa que no tiene faltas en eso, que asi es la vida, se
mira la bragueta y sigue. Se acerca lo más
que puede al borde a mirar la calle, apenas la puede ver, se estira con
prudencia porque no quiere caer. No así.
Su separación lo había hecho pensar, vivía solo excepto los días
que iban de visita sus dos hijos varones, así que tenía tiempo de sobra para él. Todo el
esfuerzo de tantos años para que se esfumara todo en cuestión de meses, la
construcción de una vida que ya no existe, sólo quedaba lo material. Con 56
años había empezado a hacer ejercicio y a cuidar su aspecto, a usar más las
redes sociales pero no hacía nada que le
guste. No sabía qué le gustaba, no
encontraba ese lugar donde ocupar su mente, no había satisfacción y lo que es más
horrible, nunca la hubo. Fausto se
encontraba en un vacío que lo atormentaba cada día, pensando qué había ocurrido,
y quién tenía la culpa. Ël no, nunca se equivocaría.
A lo lejos se escuchan las sirenas de la policía y deduce
que se habrán dado cuenta que no está en su puesto. No está intranquilo porque
trabó la puerta pero no tendría mucho tiempo más. Los tablones ya están puestos para un recorrido limpio así que saca su arma
por las dudas y se dispone a tomar su lugar. En esos 30 pasos imagina que la policía
debería haber encontrado a sus dos hijos en su casa, no recuerda todo muy bien,
pero si recuerda toparse con su vecina al salir corriendo. Sí le viene a su
cabeza ese momento en que al tomarla de
los hombros para correrla, le deja enormes manchas de sangre en la remera
blanca que estaba usando. Puede verla gritar pero no puede oírla, ella debe
haberle avisado a la policía, piensa.
Seguro pensarían que fue un arranque de furia pero no es tan así, algo
lo pensó. Así como se destruyó su vida él también quería destruir. Recuerda todo rojo, no mucho más, recuerda
que usó las cuchillas de la casa sobre sus hijos mientras dormían, no mucho
más.
Parado en el punto de emprender la carrera se abre la puerta
a patadas, es la policía que le apunta y le grita palabras que él no logra
entender. Sólo piensa en que debe saltar, que sería su único acto de rebeldía consciente
y nada debe distraerlo. Grita exigiendo que lo dejen en paz, entonces recuerda
cortar carne con una de las cuchillas y su corazón se acelera. Tiene que
saltar. Los policías gritan palabras pero es sólo ruido. Emprende su despegue apuntando
con su arma para que no se le acerquen,
les apunta mientras corre con todas su fuerzas. En ese
momento la secretaria dice mi apellido y un “ya podes pasar”. Mientras me
levanto pienso en el pobre de Fausto que
cayendo sobre los tablones se da cuenta que lo alcanzaron varias balas y
creyendo en las segundas oportunidades piensa que se está desmayando cuando en
realidad está muriendo.
Al salir le pido a la secretaria que le saque fotos al
cuadro y que por favor me las envíe porque no sé cuándo vuelvo. Si vuelvo.
Cecilia Desiata
existe
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